- Armar un plan, organizarse: saber quiénes son los clientes y cómo llegar a ellos. En el caso de productos o servicios simples, lo primero es zonificar el espacio geográfico a atacar. Organizar las visitas comerciales a clientes y llevar un registro claro de lo que ocurre en la relación con los clientes. Cuando hay un plan, lo que hay que hacer surge bastante intuitivamente.
Por último, llevar un buen registro de datos es fundamental para analizar performance comercial, detectar errores y desvíos y desarrollar acciones correctivas.
- Frente al potencial cliente, escuchar antes de hablar. El mensaje a transmitir es importante, pero debe ser diseñado en función de las necesidades del interlocutor. Por lo tanto no queda más que conocerlas, y para eso hay que dialogar escuchando. Cuando desplegamos el discurso de venta, hay que ser concretos y concisos: es preferible decir lo justo y que las preguntas e inquietudes surjan del interlocutor antes que excedan en el discurso.
- Una vez que se logra vender por primera vez, hay que sostener esa relación para que sea virtuosa, es decir, para que propicie ventas en forma incremental y sostenida en el tiempo. La relación se sostiene mediante la relación presencial y mediante los mensajes virtuales o acciones de comunicación publicitaria.
- Por último, cómo ampliar las ventas una vez que se logra un buen nivel de facturación y la comodidad se transforma en una amenaza al desarrollo. El mejor reaseguro es que el emprendedor esté un paso más allá del presente, para tener motivaciones crecientes que lo inspiren a ingresar en nuevos mercados, generar nuevos negocios y aumentar la facturación. Esto es, en definitiva, la manifestación esencial del espíritu empresarial.
- Para terminar, es necesario tener en cuenta que, cuando el emprendedor acceda a los medios necesarios, será muy útil desarrollar acciones de marketing que generen la promoción de los productos para estimular y facilitar su venta.